Cada proyecto tiene sus beneficios, pero también sus efectos colaterales. En el caso de esta empresa, que se extiende ya -oh my…- un año, hay algo que me resulta desde hace tiempo evidente. Escuchar música nueva es maravilloso y agradecido, pero nada es gratis: esto va en detrimento de otras escuchas potencialmente tan placenteras e interesantes.
Una es la de escuchar música pretérita que nunca se llegó a recoger por el camino — pero de esto escribiré otro día. Otra, la que me trae hoy aquí, es re-escuchar música ya conocida — por el mero placer de la insistencia, por profundizar en ella desde otra perspectiva, por revisar recovecos menos trabajados.
Así pues, hablemos hoy de Lyle Mays.
Cualquiera que me conozca de hace cierto tiempo sabe de mi larga afición por el Pat Metheny Group. Entre otras muchas razones, este grupo fue interesante por forjar una poco habitual colaboración compositiva, muy fructífera, sostenida en el tiempo. Metheny y Mays fueron durante tres décadas, se ha dicho, el Lennon y McCartney (¿quizás más el Yorke y Greenwood?) del jazz fusión.
Hoy me centro en el papel de Mays, con mucho el menos conocido de ambos, pero parte indispensable (condición necesaria) del éxito del grupo.
Cómo componer a dúo
Aunque Mays ya había participado en el segundo disco de Metheny, Watercolors, no es hasta el “disco blanco”, en 1978, que se estrena el primer Pat Metheny Group, así como la colaboración creativa entre ambos.
There's never really been a pattern.
Sin cuestionar que, efectivamente, sus dinámicas compositivas fueran flexibles y variables, sí se intuye cierto patrón en muchos temas del grupo. Un ejemplo temprano de estas dinámicas es Phase Dance, una de sus primeras canciones: Metheny escribe el tema básico; luego Mays añade la intro, y ambos expanden la forma con el extenso final, que desarrolla en armonías más ricas el groove del tema principal1.
(En 81 ambos publicaban, junto a Nana Vasconcelos, As Falls Wichita, So Falls Wichita Falls. Aunque propiamente no es un disco del grupo, la Cara A es el primer ejemplo extremo del interés de estos dos (entonces) veinteañeros por las formas extendidas, y el comienzo de una línea que concluye en The Way Up, 25 años después. Pero de este disco ha escrito bellamente Stephan Kunze hace pocas semanas — poco puedo agregar.)
La evolución del PMG en los años 80 sigue abrumando. Con la llegada de Steve Rodby y Paul Wertico, formaron el cuarteto central más longevo del grupo. Y con Pedro Aznar, de estancia mucho más breve, se asentó el elemento vocal tan característico de años posteriores.
Sin olvidar contribuciones exquisitas de Mays por aquí y por allá, como la inolvidable y escueta introducción de James, de comienzos de la década me quedo, sin duda, con First Circle, que da título al disco.
El tema es muestra de la solidez compositiva del grupo, donde la idea principal se ve envuelta en una estructura bastante elaborada. La intro, que presenta el compás imposible, a la que luego se añade la voz casi sola, lleva a una zona arpegiada en la que la percusión desaparece. Hasta los dos minutos y medio no aparece, por fin el tema, un AABA muy extendido (otros dos minutos y medio). Sigue un solo de piano, tras el que un breve interludio lleva a una reexposición parcial del tema, con un contrapunto estupendo. La forma conlleva dos crescendi notables, del comienzo al tema y del solo al final.
Tras la idea rítmica inicial, el tema y la estructura del solo, de Metheny, Mays vuelve a aportar algunos de los elementos que le dan empaque al conjunto:
Lyle added the vocal intro, the fantastic interlude section that follows the solo, and together we came up with an ending, with Lyle writing the great counterpart line to the final statement of the melody.
En la segunda mitad de la década, la de los discos “brasileños”, hay varios ejemplos similares. Me quedo con Minuano (six-eight):
De nuevo, el tema central es de Metheny, una AAB bastante diatónico, que se repite dos veces, en apenas minuto y medio. Le precede, sin embargo, una introducción de casi tres minutos, obviamente emparentada pero muy distinta en carácter, menos rítmica, más oscura, bastante misteriosa. Y, tras los solos, un fantástico interludio a la marimba, que destroza la estabilidad rítmica del tema, con un crescendo final en metales que lleva de nuevo al tema2. Ambas aportaciones son de Mays, y convierten de nuevo el tema en otra cosa, en algo más complejo, más acabado y consistente.
El primer álbum del PMG en los 90 es bastante distinto a los anteriores en sonoridad, pero similar en su enfoque creativo, y posiblemente de los discos que más he escuchado en mi vida: We Live Here.
Hay varios ejemplos emparentados con los anteriores, pero quizás mi favorito sea And Then I Knew. De nuevo el tema es un AABA muy extenso; de nuevo Lyle añade un interludio pintoresco al final: escueto, contrastante, armónicamente denso.
Quizás nunca hubo un patrón, después de todo
Todo lo anterior es una simplificación, claro. Seguramente hubo otras dinámicas, parece que fueron bastante flexibles, y por descontado hubo temas exclusivamente de Metheny o, menos frecuentemente, de Mays (este es de mis favoritos).
También, claro, sería distinto el enfoque en distintos momentos y proyectos. En la última década del grupo, hay dos discos que apuntan a esto.
El primero es Imaginary Day, quizás su obra más extraña. Por el tono más conceptual, por algunas formas menos predecibles, o por una mayor atención (si cabe) a la orquestación, se intuye un trabajo compositivo más entrelazado, con más idas y venidas entre uno y otro3.
Como ejemplo el tema que inicia y da título al álbum:
Y este otro posible enfoque, claro, es el que nos trajo el último disco del grupo, The Way Up, que difícilmente cabe imaginar escrito de otra forma.
En rigor, de nuevo hay un tema de partida, de nuevo obra de Metheny: algo directo, diatónico, pegadizo. Por lo visto llevaba años en el cajón, dado que no acababan de encontrarle un marco apropiado. Hasta que…
… we stopped thinking about songwriting and started thinking about composition.
Para la confección de The Way Up, ambos reservaron seis semanas, todavía sin idea de qué iban a hacer. Tras un par de días hablando de todo un poco, la idea del proyecto empezó a tomar forma. Estos señores de 50 ya, con 30 años de carrera, se vieron preocupados por la decreciente capacidad de atención que observaban en su presente4. En consecuencia, decidieron llevar la contraria:
I gave the world The Way Up, not because they were asking for it, but because they seemed to be asking for the opposite and that pissed me off.
Entonces recuperaron el tema en cuestión, y lo usaron como punto de partida para una obra de 70 minutos: más una sinfonía-jazz que un disco conceptual, y con una obsesión motívica digna de un Beethoven. La envergadura del proyecto fue tal, así como la intensidad del trabajo creativo, que no tiene sentido desgranar quién hizo qué.
Como testamento del PMG, y del trabajo compositivo de Mays y Metheny, no se me ocurre mejor forma de irse por la puerta grande. A todos los efectos, Mays se retiró después de este trabajo.
Cabría hablar mucho más de este extraño personaje, desde siempre interesado, en sus palabras, por las matemáticas, el ajedrez, la arquitectura y la música. De su esencial contribución a esta banda peculiar, presuntamente de jazz pero con aires de grupo de rock, con pretensiones compositivas clásicas. De sus discos fuera del PMG, de sus composiciones en un estilo más clásico. De su honestidad creativa, que le llevó a trabajar sin descanso por lo que hacía, sin el menor afán de protagonismo — y a retirarse cuando dejó de verle sentido a esta carrera.
Lyle Mays falleció a principios de 2020. Y, en mi soledad de una casita de pueblo en Ronda, no pude sino dedicarle este humilde tema.
Muchos de los detalles sobre quién escribió qué provienen del final del Pat Metheny Songbook.
Por lo visto, Metheny acababa de comprarse una marimba, sin saber muy bien para qué la iban a usar. Mays se puso a explorar el instrumento, y este fue el primer fruto.
También apunta a ello el conspicuo silencio de Metheny sobre el reparto de tareas.
El disco se lanzó en 2005. Apuesto a que Lyle habría adorado TikTok…